Ya no quiero votar

 Hace algunos años, salir a votar era una fiesta para mí pues lo veía (en un ejercicio dogmático) como un festejo de la democracia, como un festejo de la participación ciudadana como una posibilidad - quizá no- de cambio pero sí como una posibilidad de que el pueblo tuviera un espacio donde manifestarse y ser tomado en cuenta; para mí, salir a votar representaba esa posibilidad ser escuchados y presionar para que de alguna manera se tomara en cuenta aquello que las masas pensaban. Todo eso me dejó enseñanzas muy tristes y muy lamentables y de las cuales ahora me siento víctima (soy la vístima) y me siento manipulado, burlado y abuzado.  Ahora entiendo, reconozco y lamento la tristeza de tener que votar no por lo que consideramos mejor, sino por lo que consideramos sea la opción menos denigrante. 

Crecí escuchando por todas partes y a gente de todos los niveles decir que "... es que no hay ni a quién irle, todos son igual de malos". 

No me hace feliz salir a votar y saber que no tengo opciones para escoger; no me hace feliz ser testigo de la podredumbre de la política, de las herramientas y de las estrategias de manipulación que convierten a la política en una herramienta solamente de degradación social. 

Antes, solía promover con mis alumnos a que salieran a votar y que ejercieran este derecho, porque yo confiaba en que era una opción de cambio y de participación. Ahora tengo que pedirles que participen desde el corazón y con el ánimo de que nosotros o cada quien estamos haciendo las cosas que nos corresponden, pero siendo consciente de que esa no será una herramienta que provoque el cambio hacia el crecimiento, hacia la honestidad, hacia el honor ni dirigida hacia la dignidad. 

Quisiera votar bien, siendo optimista y desde la alegría; quisiera votar con más certezas que dudas y confiando que mi voz tendrá valor dentro de la construcción social real, positivo, que al emanar desde la honestidad de mis pensamientos y con afán de ser mejores, funcionen a evitar la destrucción.