Tu sonrisa era la mía


Fue grandioso el poder haber cumplido un sueño maravilloso, un sueño que nunca había tenido consciente: hacer pasar mi brazo por debajo de tu cuello. Hacerlo fue experimentar libertad; la experiencia de un amor libre de egoísmos y lleno de razones  me dejó tener la más maravillosa sorpresa, ya que tu cuerpo no pesaba y embonamos perfecto; no se cansó mi brazo y te pude mirar a los ojos y cuidarte toda la noche. Eso me enloqueció, tensó mi rostro, mis ánimos, mis mejillas e hizo feliz a mi abrazo. Sin embargo con el tiempo, mi brazo se cansaba cada vez más.
Cada día que pasaba yo por tu cuello ya no embonaba con mi abrazo y tu rostro ya no tenía mi sonrisa (como cuando hasta un día nublado, gris, de espeso calor y pésimos resultados se sienten magníficos y hermosos), esa sensación que se tiene y que uno mismo le da a las cosas cuando está enamorado.
Te fuiste despintando y escurriendo poco a poco por la coladera de mi ducha; así te fuiste evaporando hasta perderte en el cielo que antes era de colores daltónicos que también tú veías y que ahora solo siguen siendo míos.
Sin embargo hoy me di cuenta que la sensación de mi brazo sin estorbo, la sensación de mi brazo libre me sigue recordando a ti.