La voz es el vehículo humano que utilizan las palabras para transitar en viajes preciosos de nubes retóricas y océanos denotados, por desiertos confusos y por infiernos necios. La voz es la utilización de las palabras materializadas en sonidos y en contextos. De tal manera la voz, lo que uno dice está envuelto en matices de cultura, en matices de contexto, en matices de intenciones y en matices del pensamiento.
Cuando la cultura se encuentra mutilada, se vuelve obvio que habrá rasgos inconclusos que deberán ser construidos arbitrariamente y desde las posibilidades intelectuales de quien lleve a cabo dicha práctica. Y si los contextos se tornan ajenos entre quien emite y quien recibe, ocurre el mismo fenómeno de parcialización no solo de los signos ocupados, sino también de los referentes y de los contenidos globales, limitándose la comunicación a un simple diálogo vacío de simbolismos importantes y lleno de vacío de ausencias semánticas emancipadoras.
La función de intencionalidad se encuentra envuelta en las funciones del discurso y de su estructuración, haciéndole provechoso para el individuo en tanto constructor de realidades, de pensamientos o de ideas; mientras que de la misma manera, puede ser simplemente paliativo de sensación de bienestar al no existir compromisos mutuos en el intercambio de signos, por ejemplo en una charla informal con un taxista acerca del calor o del tráfico de la ciudad.
Cuando las intenciones buscan algo importante y rechazan la futilidad, banalidad y superficialidad, el pensamiento humano dota a la voz con un discurso estructurado capaz de llevar en sí a la verdad, al contexto y al rasgo cultural propio, siempre que el receptor conoce previamente los fundamentos o estructuras culturales, psicológicas y contextuales del emisor; de lo contrario, el discurso se reduce a frivolidad y será tratado de manera aislada. Por ejemplo, una madre que habla de su hijo como un joven que no obedece y es grosero, puede considerarse desde un punto de vista parcial si se desconoce el origen de la problemática y el trato que se le ha dado anteriormente.
El último rasgo que envuelve a la voz es el del pensamiento, y menciono que es el último rasgo porque el pensamiento está manipulado por los elementos anteriores, el pensamiento es resultado de la combinación de la cultura, de los contextos y de las intenciones tanto de quien suele emitir, como de quien suele recibir. Aquí la inteligencia (asunto ajeno al pensamiento para los fines de este trabajo) no es juzgada, simplemente es subordinada y tratada en su justo término, que sin duda refiere a necesidades de la imaginación concretas y simples, como puede ser la relación existente entre emisor y receptor por ejemplo, la relación entre un médico y su paciente o entre hermanos, incluso el funcionamiento es distinto entre relaciones de noviazgo o matrimonios. Lo que pensamos al emitir una voz, no depende de la inteligencia que tengamos, pero sí depende de las experiencias previas y de lo que nos pueda unir con nuestro interlocutor.
Las palabras suelen callar siempre por decisión propia. Las palabras no son calladas a menos que se asesine. Las palabras no callan, porque son entes vivos y como tales, pueden cansarse de luchar y luchar, pueden cansarse de seguir siendo, quizá porque llegan a los sordos de corazón, o porque llegan a manos que se sienten amenazadas y destruyen en consecuencia. Pero las palabras no callan, solamente bajan la voz y se dispersan lentamente, muy despacito para resultar efectivas en donde no haya sordera ni haya estupidez.
Las palabras no callan, porque callaría el espíritu y el espíritu ni calla, ni muere, ni se traiciona a sí mismo.