Eran unas ganas enormes de escribir, tan grandes que las
palabras se amontonaban, las letras se apretujaban y se volvía una Babel de
tinta y papel.
Hacía más de cuatro décadas que había empezado a ocupar espacio
en este mundo y hoy, luego de dos años exactos después de esas interminables
horas de vida, de sueños, de risas, de lágrimas, de emociones desbordadas, se
encontraba en un llano cálido, abrazador, rodeado de pasto seco y crecido, de
nubes blancas pequeñas y de olvidos tan agudos que lastimaban la frente y el pecho.
Hacía tiempo que había cumplido sus sueños, hacía tiempo que
había logrado crecer hasta devorar el mundo. A grandes bocanadas de palabras,
de letras no escritas pero imaginadas, de ojos absortos y de miradas esquivas,
bocanadas de cielo que envuelve al mundo.
Pero hacía tiempo también que había quedado sordo de sí mismo
y sus ojos habían rodado por la arena suelta cubriéndose de pequeñas rocas que
distorsionaban su mirada. Solo veía y escuchaba al viento pasear frente a él,
por detrás, por arriba y por debajo, en sensaciones de estar flotando y soñando
con la dignidad humana, con la congruencia y la razón. Si. Era ciego, era sordo,
era pobre de maldad y vasto de anhelos. Veía sensaciones y experimentaba
placeres del mundo como si fuera el nirvana. Lamentable postura de comodidad;
lamentable por terrible, por tremenda y por siniestra. Lamentable por fútil y
vana. Sin embargo, nunca hubo más verdad y certidumbre en él, nunca más
ecuanimidad y laconismo. Esas percepciones paradójicas movían los vientos que
le sacudían constantemente llevándole a golpearse con sus sinapsis de ficción.
Era feliz, tenía en sus manos la felicidad, la reconstruía
constantemente, la abrazaba y la pulía, la destruía para regenerarla en afán de
eternidad, su felicidad era perenne y su mirada ciega, su oído sordo y su mente
llagada.
Ocurrió la implosión que nunca imaginó. Reventó hacia sí
mismo en una alegoría de magia interna y de sueños cumplidos que le obligó a
cerrar canales y a bloquear puertas, a camuflar sus llagas, a llorar en seco, a
reír mostrar su consistencia de medusa, transparente y tersa, planeando la implosión siguiente en tanto sus ausentes
lágrimas reían tras las máscaras desechadas.
Babel ganaba una vez más ayudando a la dispersión de nociones, de emociones y poblando de demonios y ángeles el reino.