No tengo dudas de que el Diseño Gráfico sea mi pasión. La pasión
es referida al sufrimiento, a padece; la pasión es, según el diccionario, una perturbación o afecto desordenado del ánimo. El diseño
gráfico debe sufrirse para poderse enriquecer de sus efectos, y no solo de su
ejercicio material. Una parte importante es la creación, ese mágico momento en
el que el lápiz o el cursor atraviesan esa página en blanco activando no solo
el espacio, sino a los sentidos, a las emociones, a los órganos internos que en
complot perverso -producto de los más álgidos placeres- exigen más y más. Más líneas,
más manchas, más libertad, más espíritu, más visión. Otra parte es el efecto y
el afecto que produce en la gente, pues el diseño colorea el alma y deja a los
ojos llenos de imágenes y al corazón, lleno de color que fluye camuflado en la
sangre.
Vivir del diseño es vivir del
amor. Pero de ese amor adolescente que hace sufrir, que entrega placeres, que
permite sentir la libertad, que permite volar al cielo. Hoy, en nuevo encuentro
con Félix Beltrán, ese tremendo mago del amor, reafirmo lo numinoso del Diseño
en mi papel de ignorante, pues voy muriendo y naciendo de nuevo cuando observo
lo que he ignorado, cuando observo lo que nunca observé, cuando observo lo que
otros ojos ven.
Soy diseñador y admiro la
creación, pero admiro más aún, la intención de la creación y el efecto en la
creación.
Félix, gracias por ser amigo,
gracias por ser colores que mi daltonismo disfruta, gracias por ser maestro,
gracias por ser tan humano, gracias por ser Félix.
10 de octubre de 2013